martes, 5 de abril de 2011

UNA HISTORIA TRISTE DE MI VIDA


Esta es una historia triste de mi vida… pero al fin y al cabo,
una historia.

Era un día de enero, no llovía, pero era un día oscuro y
apagado. Habíamos subido a ese autobús que nos llevaría a
donde estaba nuestro padre en su último viaje. Estábamos
allí, los dos solos, sin palabras, sin miradas, absortos después
de haber recibido aquella noticia. Era temprano, y en la
calle, la tenue brisa despeinaba los árboles que dejábamos al
pasar … y nuestro silencio , cortaba cualquier episodio feliz
de nuestras vidas. Caminamos hacia ese lugar donde nos
esperaba, recorriendo la calle; los niños reían, y los adultos
caminaban en silencio. No sabíamos que pensar, que
imaginar, que decir, que hacer… Cada vez nos acercábamos
más donde él nos esperaba, donde él yacía inerte, donde
nunca nosotros nos hubiéramos imaginado ir a verle por
última vez. No quería verle donde ya no estaba, no quería ver
su ya ausencia… no quería vivir de ésta manera. Un abrazo
nos recibió, el de un abuelo roto por la pérdida que habían
tenido sus nietos, y el de un padre destrozado por haber
perdido a un hijo. No supe más que agarrarme a él para no
caerme … para no derrumbarme ante su no presencia …
ante esa soledad del no tenerle ya , aunque supiéramos que
todavía nos esperaba antes de su infinita ausencia. 


Llegué junto a él. No me acuerdo donde fue mi hermano...

No me lo podría creer. Allí yacía mi padre; mi padre, ¡madre
mía!. Su fuerza y gran espíritu ya no estaban … y su cuerpo
allí esperando … ya tranquilo, ya con un color en su mirada
de tranquilidad. Me abracé a él como nunca antes lo había
hecho; lágrimas furtivas fluyeron hacia su rostro… las más
amargas que yo he recordado siempre. Empecé a preguntarme
por qué camino podría caminar sin él … en que rincón
ocultaría mi tristeza. Mis noches ahora tendrían todas el
color de su mirada, el sonido de su sonrisa, y el calor de sus
abrazos. ¿¿Donde soplaría un viento, que no susurrara sus
palabras??. No podría vivir, porque le extrañaría, y no debía
morir, porque no era lo que él hubiera querido para mí…

Coloqué mi foto dentro del bolsillo de su traje. Y volví a
abrazarle. Le toqué la mejilla. Le volví a besar. Tuve la
sensación de que me llamaba … pero como muchas otras
sensaciones que percibí junto a él. Al cabo de un rato, llegó
mi madre… estaba desolada. Traía sus brazos para
abrazarme. 


Lágrimas iban y venían derramadas en el aire.

Me tocó vivir de esa manera, una triste historia, pero al
fin y al cabo, una historia . Me ayudé apoyando cientos de
veces mi rostro contra la almohada de la vida, llorando y
cerrando los ojos con fuerza para conseguir su no ausencia. 


Ahora, cada vez que miro a ese trozo de cielo por donde se
marchó , puedo ver esa figura que con la ayuda de las nubes
se forma con su rostro, y entonces …me siento feliz y aliviada,
porque sin verlo, lo estoy sintiendo. Una suave brisa acaricia
y refresca mi rostro, y me reconforta. Un suspiro profundo y
largo sale de mi alma…
Y aunque sé que no estará más aquí conmigo, disfrutaré por
siempre de su recuerdo infinito.

“Nunca podré no recordarte papá”.